Diez ventajas de vivir en Miami
Leí en el blog Mamá en Massachusetts un post sobre las ventajas de vivir allí y su deseo de ser positiva ante el reto que es vivir fuera de casa. Me gustó mucho la idea, así que aquí voy yo con mis 10 ventajas de vivir en Miami respecto a Madrid.
Por Belen Montalvo.
1. Por supuesto, la playa. El primer año, agradecí vivir al lado del mar y fui a la playa todos los fines de semana. Después, no tanto pero da igual, sé que está ahí. El 90% de los fines de semana, el tiempo acompaña y la playa siempre es un buen plan. El agua es turquesa, se ven pececitos y está a una temperatura idónea... como madrileña, esto es el no va más.
2. La humedad. Sí, la humedad puede ser una ventaja. Sobre todo cuando eres alérgica, como yo. Desde que vivo en Miami, respiro a la perfección. Y todo gracias a la humedad. ¿Que se te riza el pelo y es sofocante? Pues también, pero prefiero andar con el pelo rizado y sofocada por la vida antes que respirar tan mal como respiraba en Madrid. Según piso el suelo de Barajas, ando entaponada. Un rollo.
3. El trato a los perros. Pensará que es una tontería, pero, para alguien tan perruna como yo, esto es algo en lo que Miami y EE.UU. en general, nos lleva mucha ventaja. España es un país que no respeta a los animales, mientras que Estados Unidos es un país que respeta casi más a los animales que a las personas. En mi opinión, no debería ser ni tanto ni tan calvo, pero me gusta más que se peque por exceso que por defecto y, aunque me parece una soberana idiotez disfrazar a tu perro por Halloween, la verdad es que es un alivio entrar en una tienda (de decoración, por ejemplo) con tu perro atado de la correa y que nadie te diga nada. Al contrario, me han llegado a preguntar en tiendas de ropa si pueden darle una galleta o agua al perro... ¡Igualito que en Madrid!
4. Entenderse es fácil. Con esto del Spanglish tengo una relación amor-odio. Por un lado, odio que vivir en Miami signifique no poder llegar jamás al bilingüismo, ya que la mayoría de la gente me habla en español. Por otra parte, es una gozada tener siempre la posibilidad de explicarte en cristiano, sobre todo en el banco o cuando algo es complicado ya de por sí, al menos el idioma pasa a no ser problema.
5. El calorcillo. Dicen que en Miami cae más lluvia que en Seattle pero lo cierto es que la sensación general es que siempre hace bueno. Salvo algunos días más frescos en invierno y un par de semanas sofocantes en verano, siempre hace más de 20 grados y menos de 30 y el sol brilla en Miami con una intensidad fuera de lo normal. Es una ciudad con mucha luz y los amaneceres y atardeceres son, simplemente, espectaculares. ¡Ah! y otra ventaja del calor: ¿que se te ha olvidado sacar algo del congelador y quieres cocinarlo ya? Lo sacas media horita a la terraza y se te descongela rápido.
6. El cash back. Creo que, desde que vivo aquí, he necesitado ir a un cajero, como mucho, dos veces. Qué bonito es esto del cash back a la hora de pagar. Por ejemplo, estás en un supermercado y compras algo con valor de 5 dólares. Aquí no suele haber mínimo a la hora de pagar con tarjeta, así que pasas tu tarjeta de débito y en la pantalla aparece automáticamente la pregunta ¿Necesitas cash back? Sí seleccionas "Sí", puedes elegir la cantidad que quieres que la cajera te dé en efectivo. Pongamos que selecciono 20 dólares. Pues bien, en mi tarjeta se cargarán 25 dólares en total, los 5 de mi compra y la cajera me dará un billete de 20. Muy, muy, pero que muy práctico esto, señores.
7. El espacio. Siempre me viene a la mente la frase que reza, desde hace años, en los anuncios del Renault Espace: "¿Y si el verdadero lujo fuera el espacio?". El verdadero lujo ES el espacio, sin lugar a dudas. Tendría que ver el tamaño de mi armario: es más grande que muchos cuartos de baño. En un dormitorio principal cualquiera, cabe -además de la cama- un sofá. Las ventanas de las casas son grandes. Las tiendas tienen muchos (y amplios) probadores. Los coches son grandes y las plazas, espaciosas, no suponen ningún reto para el conductor. No hay callejuelas, ni aparcamientos subterráneos construidos en los 60 para coches tipo Fiat Mirafiori. Aquí todo es espacioso, hasta los carriles son más anchos en las carreteras. De hecho, la última vez que conduje en Madrid, sentí que todo era estrecho, hasta la Castellana.
8. La gente es muy amable. Nunca he sido especialmente extrovertida de primeras, por lo que no suelo ser yo quien inicie una conversación con un desconocido. Sin embargo, aquí es raro el día que no hable con alguno porque es extrañamente normal que la gente me pregunte dónde me he comprado mis zapatos, o de qué parte de España soy, si he visto la serie "Isabel", si le recomiendo un champú para su perro o si puedo ayudarle con la elección de una alfombra. Y allí me ve, decidiendo para una buena mujer venezolana si se lleva la alfombra azul o gris a casa, porque ella está indecisa en la tienda, o enterándome de cuándo se va a jugar un Real Madrid-Barça gracias a Héctor, el de mantenimiento, que el día que me conoció se quedó con que yo era de Madrid y (sin sospechar que a una española pueda no gustarle el fútbol) ya me asocia al Real Madrid. Y, como él -como todo cubano- es del Barça, cree que me chincha diciéndome que nos van a dar una paliza, y yo finjo que sé de qué me habla. "Uy, ¡pero nosotros tenemos a Cristiano Ronaldo!" -le digo siempre. El día que ese muchacho se vaya del Real Madrid, por favor, me avisáis, para no hacer el ridículo.
9. Se va a sorprender, pero uno de los puntos fuertes de Miami es la comida. Obviamente, si tengo que elegir, me quedo con la española mil veces, pero reconozco que algunos restaurantes de Miami tienen su punto. Entre las cosas que más me gustan, está el ceviche peruano, la bandeja paisa colombiana, las arepas y tequeños venezolanos, la yuca frita cubana... La comida latinoamericana es algo que, gracias a que vivo en Miami, he podido conocer. Y, a pesar de que la comida estadounidense me parece un desastre, en general, las magníficas hamburguesas en su punto justo que se comen en algunos sitios concretos, las batatas fritas (con b) y el helado de chocolate con crema de cacahuete que me chifla son algunas de las cosas que no podría encontrar fácilmente en Madrid.
10. Me encantan los horarios. Desayuno a las 7-8, como a las 12,30 -13,30, ceno a las 19,30-20h. Recuerdo, en Madrid, olvidarme la manzana del mediodía en casa y pasar un hambre atroz en la oficina hasta la hora de la comida. Recuerdo como algo normal el volver de mis clases de francés a las diez de la noche y cenar a las once y media o incluso más tarde. Ahora duermo más horas. Madrugo más porque entra la luz por la ventana pero me acuesto antes, porque no hay mucho que hacer una vez que anochece. Aquí todo es pronto. El súper abre a las siete de la mañana. No te dan cita en ningún sitio para más tarde de las 17h. Así que es muy normal estar en casa a las ocho de la tarde con el pijama ya puesto. Si me apuras, hasta ya cenada...
Y tan a gusto, os diré.
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