La familia Hulett jamás imaginó que lo que empezaría como centro de una reunión familiar y de amigos se transformaría con el tiempo en su sustento de vida y en referente para muchas familias.
La Margarita Wonderfood, es un local que vende comida rápida pero casera. Congelada pero no industrializada. Se compran almuerzos y cenas, pero no es un restaurante como tal. Es un concepto innovador que no se consigue fácilmente en una gran ciudad como Miami y que resuelve la vida de muchísimas personas que, o están trabajando y no tienen tiempo de preparase sus alimentos, o no saben cocinar o simplemente no quieren dedicarse a elaborar sus platos de alimentación diaria.
La familia Hulett lleva ya cuatro años con este negocio en pleno corazón del Doral, donde abundan las familias venezolanas y negocios de todo tipo regentados por los oriundos de estas tierras. Y han logrado con su persistencia y trabajo ir agrandando su clientela a un nivel tan fantástico que no tiene nada que ver con los primeros meses de su inicio en esta aventura culinaria.
Su comienzo fue como el de muchos de los que emigran a estas tierras. Mónica Hulett ya se había mudado a Miami en el año 2002 con su familia y una visa de trabajo. Pero un suceso cambió la vida de sus padres y hermanas. Una de ellas fue objeto de un largo secuestro y como a tantos casos de los que dejaron atrás su vida, trastocada por la inseguridad, todos decidieron venir al sur de la Florida. Todavía hoy, cuando lo comentan afloran las lágrimas en sus ojos.
El 2004 fue la fecha que escogieron para emigrar el resto de los Hulett, olvidar lo sucedido, poner tierra de por medio, fue la razón principal. El padre, José, mejor conocido como Chucho, es arquitecto se puso a trabajar con el esposo de Mónica en el mundo de la construcción y las cosas les iban más o menos bien. Margarita, mientras tanto decidió pasar sus horas de hastío en su casa cocinando. Y como todo en la vida, las cosas fueron sucediendo sin planear. Los ricos guisos que ella había hecho durante toda la vida para su familia, gustaron a unas amigas y se los encargaron para una comida y a los comensales de la fiesta les encantó y le pidieron los datos de las prodigiosas manos y así, sin darse cuenta y sin proponérselo, Margarita hacía comidas para vender desde su casa.
El descalabro del boom de la construcción tocó a Miami y Chucho vio mermado su trabajo. Mónica trabajaba en una oficina de Ingeniería y veía como a su alrededor bajaba el ritmo y se plantearon vivir de manera más formal de la venta de comida.
Es un negocio pequeño, mantuvieron su principio, vender solo comida para llevar.
No hay mesas, ni mesoneros, ni selfservice. Sus ahorros fueron destinados a este proyecto, sus ahorros y sus retos. Apostaron a destinar su esfuerzo por concretar su idea en una forma de vida. Un año estuvieron dándole forma. Alquilaron un local en el Doral, no solo porque viven por allá, sino porque el sabor de su cocina es venezolano, es de los platos típicos de nuestra mesa y esta ciudad de Miami, tiene una enorme población procedente de todos los rincones del país. Pidieron permisos, hicieron los cursos necesarios para manejar un negocio de este tipo. “No es fácil”, comenta Mónica desde el otro lado del mostrador. “Hay que seguir todas las reglas que impone la ciudad en cuanto a normas y permisos y tuvimos la suerte de que yo trabajaba en la oficina de Ingeniería y sabía exactamente qué pasos debíamos dar”.
Al final, en diciembre del 2010, con hallacas, pernil, pan de jamón y ensaladas de gallinas, entre otras deliciosas comidas, La Margarita Wonderfood abrió sus puertas. “No fue nada fácil, cuenta Mónica, fueron momentos de ensayo y error, de salir corriendo a buscar algo especial para cocinar en el momento, una cuchara, una olla, pero al final lo logramos”.
Es un negocio pequeño, mantuvieron su principio, vender solo comida para llevar. No hay mesas, ni mesoneros, ni selfservice. Estantes con productos típicos de nuestra comida y adornos de los que se encuentran en las viejas casas venezolanas. Un radio RCA arriba, a un lado, cámaras de fotos viejas, máquinas singer, destacan en un pequeño espacio.
Karla, la última hija en traer sus maletas a esta ciudad, se suma a la conversación, mientras Margarita entra y sale de la cocina. “Poco a poco hemos ido creciendo. Año tras año, hemos visto cómo se ha recompensado nuestro esfuerzo. No ha sido la publicidad la que ha colaborado abiertamente con el negocio, ha sido el boca a boca. Cada día entra un cliente nuevo recomendado por otro”.
La idea es llevar a otros hogares el reflejo de la cocina de sus familias a sus mesas. En Estados Unidos el día a día es difícil. “Uno se las tiene que arreglar para limpiar, cocinar, buscar a los muchachos en el colegio y trabajar y con esta comida, se alivia una de estas tareas diarias”.
Ellos manejan dos conceptos, o más bien tres. Venden comida sana y casera, envasada y congelada, en raciones de 2 ó 4, desde sopas a pastichos, polvorosas, asados. Los precios?, muy razonables. Un litro de sopa cuesta $8,25 o $13,25 (*) cuando se trata de un chupe. Son los costos de cualquier comida rápida, pero con la ventaja de ser como hecha en casa.
El segundo concepto es el de las comidas diarias. Un menú de dos platos diferentes. La puerta de La Margarita Wonderfood, continuamente se abre en busca del almuerzo del día. Muchos ya están preparados con nombre y apellido. La sonrisa de cada una de las Hulett cada vez que alguien aparece a llevarse su pedido, da cuenta de la familiaridad que se establece con los clientes diarios.
Además implementaron el delivery, y su comida con toque venezolano, viaja a otros rincones de Miami, desde Brickell a Pinecrest. A las casas de aquellos que no tienen tiempo o simplemente no saben cocinar y una vez a la semana compran su menú para los próximos días.
Su tercer concepto es el de vender comidas para eventos especiales. Sanduchones, asados, perniles, lo que sea para grupos de más de diez personas, también se preparan en su cocina.
Los Hulett acoplaron a su venezolanidad algunos tips americanos y ofrecen la cantina infantil y la tarjeta de fidelidad, que da puntos para llevarse comidas. Además cuando reciben propinas, la depositan en un frasco para los niños con cáncer de Saint Jude, son las aportaciones de los que ya sienten la cocina de La Margarita como la de su casa. Así lo decía un niñito que decidió en ese momento poner en el frasco los ahorros que tenía en el bolsillo.
Cuentan con la ayuda de estudiantes de cocina. Dependiendo de la época tiene más o menos personal y sus clientes aunque al principio eran venezolanos, se han diversificado, pero la mayoría “sigue siendo coterráneos, asegura Mónica, ya tenemos un 30 por ciento de personas de otras nacionalidades, especialmente latinoamericanos, que quedan encantadas con la comida y con el concepto”.
De ello dieron fe cada uno de los que se acercaron a llevarse sus almuerzos. Mamás, con niñitos, señoras solas que interrumpían la conversación para alabar su comida diaria, dos muchachas jovencitas que salían del colegio, un señor que venía de hacer deporte y así, diferentes personas salían con su bolsa de comida.
“Todos dedicamos nuestro esfuerzo en trabajar todos los días, colaborar, utilizar los mejores productos, cocinarlos de la forma más sana posible y en consentir a nuestros clientes, pero este esfuerzo sin duda se ha visto recompensado”.
Autor: Gloria Rodríguez-Valdés - tedigoque.com.
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