Monasterio St. Bernard de Clairvaux |
(Si bien esta nota es sobre Miami, el que venga buscando playa y shopping se llevará una desilusión.)
Ana Astri de O'Reilly - apuntesideasimagenes.com (*)
La semana pasada fui a Miami a visitar a una amiga que estaba por tener babies (así, en plural). Como no daba alojarme con ella y su familia, me fui a un hotel cercano. Me salió barato el viaje: usamos millas para pagar el pasaje desde Dallas y puntos de Marriott para el hotel. Lo único que pagamos con dinero fue el auto (un Eclipse, bien de futbolista noventoso) y comida.
No estuve las 24 horas con ellos y aproveché para hacer cosas por mi cuenta. Más de uno se va a agarrar la cabeza cuando lea esto: no fui a la playa en toda la semana. No me gusta mucho y hacía un calor y una humedad horribles. Ni siquiera fui a la pileta del hotel. Nada es más cómodo y agradable que un ambiente con aire acondicionado.
El segundo día encontré una casa de comidas que me encantó: La Estancia Argentina. Hacen comida para llevar o comer ahí (yo comí un sándwich de matambre casero muy rico), tienen facturas y productos de panadería y muchos productos traídos de Argentina. Yo me compré una cajita de Sugus confitados y galletitas Sonrisas y Rumba.
Una tarde tuve la mala idea de ir al Aventura Mall. Los lugares enormes con mucha gente me dan una especie de claustrofobia. ¿Me querés explicar a que fui? Había bastantes argentinos haciendo de goma la tarjeta (al cambio oficial, of course) pero había muchos más brasileños. ¡Estaban por todos lados! Me fui con un súper dolor de cabeza (y cinco "remeras" por veinte dólares).
Al día siguiente había quedado en ir a cenar con mis amigos. Como no quería quedarme en el hotel y menos que menos estar en un shopping, fui al Museo de Arte de Fort Lauderdale. El arte en sí no tocó la fibra más íntima de mi ser-no entiendo el arte moderno- pero fue un placer porque había muy poca gente, casi nadie. Se ve que al público que va de chopin a Miami no le atraen los museos.
Frente al museo está la entrada al Riverwalk, un complejo de negocios, bares y demás a orillas del New River. Todo cerrado a las tres de la tarde, placer total. Camine un poco por la costanera, que es muy agradable, está bien parquizada, saqué fotos y al rato no aguante más el calor y me refugié en mi cuarto.
Mientras manejaba, vi uno de esos carteles marrones que señalan lugares históricos y que decía “Antiguo Monasterio Español.” Me dejó intrigada, me imaginé que sería alguna misión de cuando Florida era una posesión española. Fui a ver para sacarme la duda.
Resulta que es un monasterio medieval español genuino, traído piedra por piedra. Este monasterio benedictino fue construido en Segovia en el siglo 12 y en 1925 lo compró William Randolph Hearst, quien lo mandó a desarmar (usaron 11.000 cajones de madera) y transportar a Nueva York. Debido a problemas económicos, Hearst tuvo que rematarlo y el monasterio durmió 26 años en un depósito en Brooklyn hasta que lo compraron y armaron en Miami. El edificio es hermoso y es rarísimo el contraste que hace con las palmeras y la vegetación tropical que lo rodea. Ahora, en vez de monjes con capuchas negras, son las lagartijas quienes cruzan los patios.
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